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La Sábana, el Fantasma y Coincidencias Pasionales en Bataille”

Georges Bataille, famoso literato etiquetado como un clásico moderno, fue también un humilde bibliotecario, aspirante a sacerdote y esposo de una princesa rusa. Hechizado por España, vivió un tiempo aquí cerca, en Madrid, al ganar una beca para hacer estudios hispánicos avanzados. Son éstas solamente unas cuantas de las infinitas curiosidades en la vida de este gran inventor literario. Fue la película: “Ma Mère”, dirigida por el tanto siniestro como dulce Chistophe Honoré en el año 2004 y en la que aparecen la famosa actriz Isabelle Hupert con el guapo actor Louis Garrel; la que me hizo a mí, interesarme en Bataille un poco más seriamente. Este filme está basado en la novela de Bataille publicada en el 66’ después de morir que fue en 1962, y que se titula de la misma manera: “Mi Madre”. A Bataille se le conoce principalmente como escritor, en particular como el autor anónimo, en 1928, del que fue uno de los libros más escandalosos del siglo XX: “La Historia del Ojo”; pero también se lo señala en campos diversos fuera del arte de la escritura y con los que se involucró vivamente a lo largo de su vida. Críticos de Londres para “The Guardian”, lo presentan como teórico político, mujeriego en serie, visionario surrealista; otros lo llaman un extraño y difícil pensador, un perverso obsesionado. Filósofos contemporáneos, artistas, pintores, entre otros; se han hipnotizado por Bataille y algunos hasta lo han comparado con Sade. Ha sido también designado sagazmente como uno de los primeros Intelectuales en advertir a la Europa de la amenaza que el Nazismo suponía en Alemania. Además se lo describe como católico convertido a marxista y como alguien que se sentía, singularmente intrigado por el psicoanálisis y el misticismo.

Me gustaría mencionar muy brevemente el lugar que Georges Bataille tuvo para Lacan (y viceversa) en su vida específicamente amorosa. Bataille fue el esposo de Sylvia Maklès, actriz con quien tuvo una hija. Lacan y Sylvia se enamoraron en el 39’, manteniendo un romance desde entonces hasta casarse en 1953, según reporta Elisabeth Roudinesco en “La Batalla de Cien Años. Historia del Psicoanálisis en Francia” de 1986. Durante ese tiempo anterior a casarse, Lacan y Sylvia tuvieron una hija, Judith, quien nace en 1941 con el apellido Bataille. Roudinesco cuenta cómo Bataille y Lacan se conocían ya por fuera del drama triangular ya que atendían los seminarios de Kojève. Después de este paréntesis familiar, les cuento que para mí Bataille es fascinante, creo que es un escritor que animaría la curiosidad no solamente del libre aventurero sino hasta la del más tímido pudoroso. Pero es determinadamente encantador no por sus atrevidas narraciones eróticas ni por sus relaciones personales; sino más por una enunciación reveladora, un peculiar momento de sorpresa con el que se resbala, provocando una avalancha de frescas asociaciones. Un día, luego de haber terminado su primera novela, titulada La Historia del Ojo, que publica bajo el pseudónimo de Lord Auch; Bataille se tropieza con su inconsciente y se deja maravillar por la cegadora brillantez de esta aparición. Lo más interesante, sin embargo, es el hecho de que nos comparte este nuevo descubrimiento al escribirlo. Igualmente significativo es su esfuerzo inocente por articular aquellos vínculos entre su pasado y su obra, que inicialmente habían permanecido inaccesibles. Y es tal vez este noble acto lo que cautivó mi mirada arrastrándola a la suya, a su ojo en particular. Comencemos este paseo por los campos de Bataille con sus avalanchas y apariciones.

Bataille buscó una sesión de psicoanálisis al completar su novela La Historia del Ojo de 1928. Lo que surge a partir de este encuentro es maravilloso y concerniente a las pasiones de Bataille, tanto las que veía como ante las cuales había permanecido ciego. Es esto especialmente a lo que me quiero dedicar hoy, a hablar del terror que lo invade al ir recuperando recuerdos por medio de hablar con un amigo suyo doctor, Adrien Borel, acerca de lo que había escrito. Lo que más lo espanta es que estos recuerdos no se hubiesen siquiera asomado durante el curso de la escritura, habiendo sin embargo, estado siempre ahí. Son las conexiones entre episodios en su novela y el resurgimiento de algunos eventos de su infancia y adolescencia, los que incluye como la segunda parte de “La Historia del Ojo”, titulada: “Coincidencias”. La primera parte la anota simplemente como: “La Historia”. Esta misteriosa porción: ‘Coincidencias’, es tan corta como seis páginas, más sin embargo, es la parte de más fuerza psicoanalítica en cuanto a mi objetivo aquí hoy. Y es verdaderamente impresionante lo que se ilumina para asombrarnos más aún y que les voy a detallar.

Bataille empieza por describir su proceso creativo como autor, en la parte de ‘Coincidencias’ donde nos comunica la intriga encendida por la chispa de sus recuerdos y que trajo un significado a su “Historia del Ojo” nos dice, (y esta es mi traducción): “Empecé escribiendo sin un objetivo preciso, animado por un deseo de olvidar, al menos por el tiempo en curso, las cosas que puedo ser o hacer personalmente”. Sin un fin, pero ‘para olvidar’ confiesa Bataille y es crucial este deseo que resulta en un inolvidable cuento de escándalo sexual. Así que me provoca curiosidad el ¿qué sería lo que quería acallar al tocar una melodía tan ruidosa y sexualmente estridente? Y escuchamos su voz diciéndonos que en su historia, el personaje hablando en la primera persona, no tenía nada que ver con él mientras escribía. El desvanecido momento espectral de su pasado lo recuperó hasta un tiempo después. Fue cuando casualmente disfrutaba de una revista americana con fotos de paisajes europeos, donde vio el pueblo de donde viene su familia y un castillo medieval. Y nos relata aquella vez, cuando tenía veintiún años de edad que salió con dos jóvenes perfectamente ‘castas’, nos asegura, y como chaperona, su madre (la de Bataille). Después de enfatizar el limpio desinterés carnal de estas dos chicas, nos menciona que estaba enamorado de una de ellas quien por cierto, le correspondía. Y nos narra el pavor que sintieron al aparecérseles un fantasma en aquel castillo en ruinas. Luego, nos subraya en paralelo la cargada escena sexual de la sábana y el fantasma en su creación imaginaria donde las dos niñas personajes se involucran en prácticas masturbatorias donde la orina y la sangre actúan como detonantes orgásmicos.

Tratemos de seguirle el hilo a Bataille analizando cómo se van despertando sus recuerdos que se tejían bajo la fantasmal sábana de la represión. Originalmente, Bataille desconocía la proximidad entre estos dos sucesos mencionados. El primero, ocurrido en su juventud, estaba ya en su memoria, pero ésta nublada por la censura, lo cegó con un lujurioso velo funcionando en su novela. Bataille examina así: “Me sorprendió de sobremanera haber substituido, en perfecta inconsciencia, una imagen totalmente obscena con una visión desprovista de toda significación sexual.” Es muy interesante cómo logra desproveer ese temprano enamoramiento de toda significación sexual. Y es así como le sucede, sin aviso o invitación, el regreso de un tiempo remoto, repentinamente le llueve inundando su consciencia. Es esto lo que enfría el picante ardor de su erotismo permitiéndole hacer un alto para reflexionar. Es así mismo esta refrescante lluvia de recuerdos, la que nos hace hoy considerar este valiente como inusual testimonio que hace en ‘Coincidencias’.

En su Historia del Ojo, Bataille utiliza reiteradamente, elementos ovoides como ojos, el sol de Sevilla, huevos, testículos de toros, etcétera; y obsesivamente los posiciona como centrales en la producción y el juego del placer sexual. Lo que destruyó su intento de olvidar, como decía, fue inicialmente el homologar todos estos objetos por su forma ovalada y su color blancuzco enlistándolos en la misma y única serie que persigue cada capítulo. Seguidamente, fue el haber desenterrado la relación que estos objetos tienen con un aspecto fundamental en la vida de su padre. Les cito a Bataille: “Nací de un padre sifilítico, que me concibió cuando ya era ciego y que al poco tiempo después de mi nacimiento quedó paralizado por su siniestra enfermedad”. Y describe cómo desde niño, él presenciaba cuando su padre orinaba al estar sentado en su sillón volteando los ojos hacia arriba, por el placer sentido, lo cual daba una imagen de los blancos del globo ocular, como huevos. Con esto comprende justificando: “la aparición casi regular de la orina cada vez que aparecen el huevo o los ojos en el relato”. Más importantemente, este material viene firmando el título de su novela. Lo que permanece injustificado es la obscenidad como una constante y también en relación a los objetos.

Los episodios en la vida real de este fascinante autor, son tan turbulentos como el perturbador material de sus escritos, como es expresado por él mismo. En ‘Coincidencias’ Bataille subraya el evento que brotó hasta el final, en sus propias palabras lo indica como: ‘uno de los más desconcertantes eslabones dentro de lo que fueron las cumbres de obscenidad personal’. Y nos sugiere la sincronía entre el virginal personaje de Marcela en el relato, y su propia madre en la vida real. La madre sufría de una psicosis maniaco-depresiva o melancolía según afirma el mismo Bataille. Había pasado por intentos suicidas repetidamente y nos cuenta la vez en que su padre y él la encontraron colgada en el granero pudiendo reanimarla a tiempo. Nos narra cómo eran las ideaciones catastrofistas de su madre las que lo aterraban tanto, que una noche incluso temió ser matado por ella mientras dormía. Les leo los dos párrafos de este final de ‘Coincidencias’ con declaraciones sobre su madre:

“Al poco tiempo volvió a desaparecer, esta vez durante la noche. La busqué interminablemente a lo largo de un riachuelo donde podía haber intentado ahogarse. Corrí sin detenerme, en la oscuridad, atravesando pantanos y terminé por encontrarme frente a ella: estaba mojada hasta la cintura y su falda orinaba el agua del arroyo; había salido por su propio pie del agua poco profunda y helada (estábamos en invierno)”. La cita exacta en su novela acerca del momento en el que el personaje de Marcela pierde la cabeza, es idéntica a este fragmento de la realidad que les acabo de leer: “estaba mojada hasta la cintura y su falda orinaba el agua del arroyo”. Pero una vez más, a pesar de la perceptible similitud entre estos dos acontecimientos: uno real, otro producido; éstos habían permanecido desligados durante el proceso creativo, manteniéndose inconscientes para Bataille. Es hasta cuando tiene su sesión analítica que Bataille logra dibujar a estas dos mujeres, su madre y Marcela, en paralelo.

Íntimamente, Bataille concluye esta parte de Coincidencias así: “No me detengo más en estos recuerdos porque han perdido para mí desde hace tiempo, su carácter afectivo. Sólo pudieron revivir cuando los transformé a tal grado que se volvieron irreconocibles para revestir, después de su deformación, el sentido más obsceno”. ‘Sólo pudieron revivir cuando los transformé…’ Pero yo me pregunto ansiosamente, ¿qué no es precisamente lo insoportable en sus ‘cumbres de obscenidad personal’, lo que habría de haberse transformado? ¿Cómo funciona la lógica de su censura y cuál era su intención? Lacan en 1955 en su seminario II en el capítulo de ‘la censura no es la resistencia’, nos dice: “Devolvamos a esa famosa censura, excesivamente olvidada, toda su frescura y lozanía: una censura es una intención”.

Entonces, consideremos lo siguiente: Bataille usa la palabra obscenidad refiriéndose a lo personal, por otro lado, es lo impersonal en su obra a lo que le da el sentido más obsceno y que dice permite consecuentemente eslabonar los recuerdos. Al utilizar el mismo significante, obscenidad, para nombrar aquello que fuera traumático en su vida, así como en su escrito; Bataille accede finalmente ese campo común, previamente dividido, entre estas dos cuestiones. Pero uno podría preguntarse cómo es que opera la lógica de la represión donde aquella característica obscena del recuerdo, la que se quiere olvidar, terminara arrojando aún más obscenidad. El recuerdo que se desahoga, es el encuentro con su madre en el riachuelo, y lo articula así: “es ese el más desconcertante eslabón en lo que son mis cumbres de obscenidad personal…” Y está la madre en la punta de esta cumbre como podemos observar.

Bataille muestra los recovecos más oscuros de la sexualidad descobijando bruscamente la vergüenza, el pudor y la prudencia, en su arte. Los manipula en su discurso como si convirtiéndolos, haciéndolos tan disponibles. Así que entonces, ¿no es precisamente el mejor escondite aquel lugar que está pronunciadamente a la vista, el más accesible como el de La Carta Robada de Edgar Allan Poe? Su censura se instala por medio de romper con otra censura, la social, desnudando al tabú del sexo. Y es esta maniobra de obscenidades la que algo alivia en su persona, al traerlas al frente y enfocarlas.

Al hablar de su libro: La Literatura y el Mal, en una entrevista de TV en 1958, Bataille dice que ‘escribir es lo contrario a trabajar’, para lo cual hay que dejarse llevar por la angustia para que ésta invada la literatura, la producción artística. Y es así como Bataille se sumerge en las angustiantes aguas de la erótica pero justamente para alejarse de una angustia más primitiva, aquélla navegada por su madre, y lo que él llamó su obscenidad. Tomemos la angustiante relación entre: muerte y obscenidad. La obscenidad en cuanto a aquello que escapa el sentido, lo que es inalcanzable, insoportable, de lo que no se puede hablar y luego esto, en relación con la muerte. Contrastémoslo con la sustitución de la que se vale la lógica represiva en Bataille: sexo y obscenidad, y entonces podremos seguirle la pista a su inconsciente. Es el primer enunciado el que permanecía reprimido, la obscenidad de la muerte, su profundidad, los límites de su significado, lo que es simbólicamente inalcanzable.

¿Será así tal vez, fielmente esta censura la que más ensucia los actos sexuales en la novela, al intentar lavar su recuerdo, cuando dice: ‘una visión desprovista de toda significación sexual’…cuando habla de su enamoramiento juvenil? Y es así como elegantemente se codean la muerte, la obscenidad y la madre en este baile Batailleano.

En la novela “Mi Madre”, el joven personaje principal al morir su padre, descubre sus inusuales prácticas sexuales que involucraban una importante cantidad de pornografía, juguetes masturbatorios y de tortura. Intentando escapar este hallazgo estrujante, sale a la playa solo y desnudo, como si trazando una liberación de tapujos, restricciones y creencias ahora evaporados con la muerte del padre. Ya en la playa, de pronto, llega su madre, como si se le apareciera y le promete iniciarlo en los placeres sexuales que lo reanimarán. Y así, súbitamente, desaparece, sin decir adiós. En otra escena, la madre se esconde del hijo, provocando la intriga, la búsqueda, su desesperación. El muchacho desea verla, abrazarla luego de meses de separación pero al encontrarse, ella lo rechaza. Y esta seducción, un ofrecer para no dar, circula, va y viene, es constante entre estos dos. Se mantiene la presencia de la madre, por medio de su mirada, en momentos por ejemplo, en los que el joven mantiene sus primeras relaciones sexuales. La madre es como una figura fantasmagórica que lo sigue de lejos, que lo mira pero sobre todo creo yo, es la figura a la que él mira, a la cual rotundamente dirige su mirada. Y son sus ojos inundados con deseo de ella, como si continuamente intentando atraparla. Una vez más, el personaje hace eco con el mismo Bataille. Coinciden. Y es la extraordinaria escena al final de esta novela, de la cual habla en el prefacio de La Historia del Ojo para “Le Petit” en el 43’, la que esclarece así: “Me masturbé desnudo, en la noche, junto al cadáver de mi madre.” Luego aclara: “algunos lectores de Coincidencias, cuestionaron si no tenía el mismo carácter ficticio como la historia misma. Pero, como este Prefacio, Coincidencias tiene una exactitud literal…”. Y esta literalidad nos da a ver como un eclipse de muerte y sexo, retratando en una deslumbrante imagen a la obscenidad en su máximo esplendor. Y es justamente así, cómo la intolerable relación entre madre/muerte es ávidamente cubierta por este cegador eclipse de sexo/muerte.

Así, comencemos el paseo cuesta abajo observando cómo Bataille plasmó en sus obras eso de lo que quería deshacerse al desear olvidarse de sí mismo. Y esta censura de hecho le funciona por un tiempo- porque no olvidemos que Bataille escribe este trabajo de desenfreno sexual y cruda obscenidad en total inconsciencia. O al menos, escribió sin consciencia de que su pasado iba dejando huella en sus letras. Son hasta más tarde, disparadores externos los que poco a poco fueron explotando recuerdos, por ejemplo la sesión analítica, la imagen del castillo; un recuerdo trayendo al otro. El último en desencadenarse, el que lo posiciona frente al “más desconcertante eslabón en sus cumbres de obscenidad personal”: es el recuerdo de su madre. Nos narra cuando se colgó, cuando la encuentra él en el riachuelo; en fin, es como si Bataille declarase algo del insoportable y constante empuje de la madre hacia la muerte, esa relación obscena con la misma, que lo sofocaba tanto a Bataille. Su pasión por los ojos y los huevos, la cual era consciente, iba inconscientemente ligada con el padre y su ceguera. Su pasión por la muerte, lo insoportablemente obsceno de ésta iba emparentado con la pasión por su madre y la pregunta que ésta posiblemente representaba. Y es su fantasma el que permite espantar la obscenidad del trauma encontrando refugio al ocuparse de la obscenidad sexual, la socialmente reprimida. Bataille se cubre, con la sábana de la obscenidad sexual, contra los fantasmas de la obscenidad maternal. Y son estas peripecias de su inconsciente, las que permiten que sus pasiones vuelvan y transformadas, sin embargo, coincidan al final.

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