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La Impropiedad del Nombre Propio

“La Impropiedad del Nombre Propio”, por Astrid Zeceña

El psicoanálisis nos enseña que las palabras tienen un valor que va más allá de lo que es inmediatamente reconocible por el oído en la cotidianeidad. Este valor consciente lo definiría el sentido que toman las palabras en las frases que formamos al comunicarnos. Éstas como significantes dejan su marca en la psiqué lo cual es indudablemente evidente en tantas áreas del sufrir y el gozar humanos. El inconsciente de hecho podría definirse precisamente como eso, como el registro de todos los otros significados alternativos que tienen las palabras obteniendo por lo tanto, un gran abanico de posibilidades de significación. Este gran acordeón de cadenas significantes es el inconsciente y está ahí lo queramos o no. Freud nos habló extensivamente del simbolismo, mostrando ese impacto del lenguaje (relacionado con la represión) en la vida del sujeto y que se manifiesta con tanta fuerza en los sueños como ejemplo.

La riqueza del lenguaje, la manera en que permite ambigüedades, significados dobles, un constante juego de cambios, etcétera; nos deja ver partes del inconsciente que naturalmente se nos escaparían fuera de la construcción simbólica como la que se encuentra en un síntoma, en un lapsus o en un sueño. Para ejemplificar puedo mencionar lo que me decía alguien hace poco en consulta al tratar de hablar del amor. “El amor es tan sencillo” decía ella, “pero no puedo comprender por qué no he podido encontrar a nadie en esta gran ciudad, en Londres hay miles de hombres. ¿Qué me pasa?” Insistía en el punto que el amor es fácil, ligero, simple… Pero justo en ese momento de insistencia, se le atraviesa un lapsus y cada vez que quiere decir corazón, dice en vez: dolido(a) o herir; y así mismo al revés, cada vez que quería decir ‘herido’ decía ‘corazón’. En Inglés (idioma en el cual se dirige el análisis), la palabra corazón: “heart” es muy similar a la palabra herido(a): “hurt”. Este lapsus es una manifestación de algo reprimido en cuanto al amor y su complejidad, del desencuentro y también, de la posibilidad de salir con el corazón partido de una relación amorosa. Y es un claro ejemplo de cómo el lenguaje juega su papel en la represión de lo traumático.

En los sueños encontramos eso que escapó simbolización, tratando de tomar forma, de conseguir un lugar, un significado; usando lo que está a la mano del sujeto, los significantes. Y es este el punto que quiero desarrollar con ejemplos muy sencillos para mostrar cómo el nombre propio no es solamente algo que nomina y por lo tanto marca al individuo, sino también es una carta con la que el sujeto juega en su sufrir y su gozar particulares. Esta apuesta particular va en relación con el deseo del otro primordial, o sea los padres, que son quienes dan el nombre al hijo(a). Entonces, el nombre propio, carga con el deseo del otro y la representación incompleta del sujeto por medio de un significante específico, ese nombre elegido que no logra abarcar todo lo que una persona es. Aparte de ésto, el nombre propio es también simplemente una palabra, un significante como cualquier otro así que puede tomar varios significados, escucharse de varias formas para tomar diversos sentidos. De esta manera, el nombre en combinación con el apellido, puede tomar otro rumbo aún más desviado del original. Para una mujer, su apellido puede ser combinado con el del hombre, un futuro esposo; lo cual permite incluso nuevos cauces.

Comenzaré por un caso casi superficial donde pude observar algo del gozar y del sufrir intrincándose sin consecuencias para nada graves. Es el caso de Ashley, mujer trabajadora, capaz y en general contenta. Todo iba bien en su vida pero ella notaba que siempre vestía de gris y sin saber por qué cada vez que iba de compras terminaba con colores oscuros, nunca conseguía algo colorido con lo cual soñaba vestir. La mayor parte de su guardarropa era gris. No fue hasta que se dio cuenta de que llevaba cenizas ocultas en su nombre el cual incluye la palabra “ash” (que significa ceniza) que ella consiguió un cambio.

A continuación les hablaré de otro ejemplo bastante sutil pero en el cual de alguna manera pude reconocer el peso onomástico en un aspecto hasta podría decirse, imperceptible, de la vida de esta mujer. De apellido Navajas, no sufría de automutilación, de agresión o ningún tipo de pasión por cortar, rajar ni nada extremo en lo concerniente. En donde hacía su aparición el filo onomástico de su apellido, era en su escritura. Siendo Inglesa le requiere utilizar muchísimas palabras compuestas todo el tiempo, lo que ella hace con cada una de ellas es separarlas en dos. Por ejemplo: “sacapuntas” lo escribiría: “saca puntas”, “minibús” sería “mini bús”. Siendo maestra, encontré especialmente sorprendente que hasta la palabra para tarea o deberes: “homework” ella dividía en: “home work”. Cada una de estas palabras compuestas, sin falta alguna, serían rajadas en dos por esta chica de apellido Navajas.

El chico que al sufrir quemaduras de tercer grado tuvo que pasar meses y luego visitar por años un hospital especializado en un lugar llamado Palmas. Al paso del tiempo y al crecer se enamora de una chica: Palmira, cuyo nombre que no es una mera resonancia con este lugar. Lo que este nombre representaba inconscientemente eran ambos aspectos de este evento trágico en su infancia, el recuerdo del trauma pero también su curación. En la unión, en el nombre de su amada, de estas dos caras de la moneda, se puede observar una construcción alrededor del trauma. Hay una reconciliación entre el dolor, lo inesperado de un accidente, lo no simbolizable del trauma; con la esperanza de amor. Sería fácil tentarse a la idea de que gracias a esta chica que entonces se le dio una resolución a la tragedia. Más sin embargo, creo que estas elecciones inconscientes muestran un camino ya recorrido. El trabajo hecho en construcciones de este tipo en donde el nombre propio muestra su peso, apunta a la manera en que el lenguaje deja su firma en el inconsciente.

La mujer que en su adolescencia pierde por una sobredosis a su hermano más querido, Cruz, y con quien compartía recámara en la casa familiar, luego de un amplio e intenso análisis, encuentra a un hombre que lleva un nombre que suena completamente diferente al de Cruz en su primer idioma pero el que en su traducción al Inglés es exactamente el de aquél hermano muerto. En este caso fue muy interesante ver cómo el cauce de su libido que repetidamente insistía en elegir hombres que asimilaban a su hermano en cuanto al estilo de vida de tipo de roquero, de quien se droga, de tipo ausente e inalcanzable, etc; poco a poco tomó un rumbo mucho más fluido permitiendo la posibilidad de amar sin miedo a la pérdida, a este hombre llamado Chris. Chris hace referencia a la cruz, la crucifixión de Cristo-Christ- Chris.

El caso de una mujer que presentaba dificultades en sus relaciones amorosas. Se topaba con uno y otro, inaccesibles, cerrados. Ella no creía que su padre tenía ningún lugar importante: “nada como referencia o pilar en mi vida” como me contaba ella en sesiones. Para ella, conscientemente, su padre no era un protector ni alguien que la pudiera ayudar o salvar de ninguna manera. Más sin embargo, le intrigaba el hecho de que muy regularmente soñaba con su padre siendo quien pone el orden, ayuda, incluso hasta salva. Pero ella no podía entenderlo ya que verdaderamente su padre no fue una figura así nunca que ella recuerde. Un día, al mostrar interés en la importancia de los nombres propios (guiada tal vez por mis preguntas), me cuenta que el nombre de su madre significa orgullo, la que es orgullosa. Con esto me dice que su madre está muy puesta en su rol de la orgullosa y que así vive como si fuera un destino que ella estuviera siguiendo. Y le sorprende mucho pensar en un destino determinante, definido por el nombre propio. Después vuelve a otro sueño repetido en donde aparece un ex-novio. Le pregunto qué es lo que asocia con esto. Me dice que está bloqueada, no hay más que eso, un bloque. Se acuerda de otro hombre con quien solía salir recientemente y que tiene apellido Paredes. De aquí se vuelve a su padre y contrasta la falta de material en cuanto a su nombre. Incluso ni siquiera lo mencionaba, solamente decía que no creía que hubiera mucho para analizar ahí. Al invitarla a que lo diga, piensa inicialmente que no significa nada, el nombre es Piotr, ya que son de Polonia y de pronto le cae una chispa de luz. Nota que ha dado una vuelta, desde el toparse con un bloque, con el que se construyen Paredes, hasta el origen del nombre de su padre: piedra. Todo le cierra y no cabe de la impresión… se ha estado dando de topes en esas paredes de piedra en las cuales encuentra no más que bloques y le pregunto si es tal vez el orgullo quien la ha estado bloqueando para ver más allá. Nos reímos juntas. Estoy confiada de que con este pedazo de conocimiento ganado a partir del análisis, esta mujer encontrará desbloqueo en sus relaciones con los hombres al dejarse reconocer el lugar que su padre tiene para ella, en su psiqué, en su vida que ha marcado no solamente con su nombre.

Pasemos al penúltimo caso en mi intento por ejemplificar la importancia del nombre propio para estos sujetos. Mujer americana que por mucho tiempo había estado pensando y queriendo encontrar un lugar para analizar sus problemas sobre todo en relación a los celos. Por fin empieza a trabajar estos celos avasalladores que la hacían primero, cortar con sus relaciones de amor y luego, le impedían si quiera empezar ninguna relación por el miedo a perder el control. Los celos fueron desenterrando dificultades con la envidia de otras mujeres, lo cual abrió cuestiones en cuanto a su relación con su madre y amigas. Tomó un curso muy positivo en sus asociaciones y pronto comenzó a sentirse más libre y tranquila. Sus amistades reconocen el beneficio de su análisis y le hacen ver que de un tiempo acá los únicos temas en su vida son el análisis y su nueva amiga. Esta amiga ella había conocido poco tiempo después de haber empezado su psicoanálisis, o sea, no hacía mucho; aunque reportaba sentir ya un gran afecto y cariño por ella. Su nombre no es el mismo al de su analista, ni al de su madre o hermana; pero el nombre de esta nueva amistad, no pudiendo negarse la causalidad de la elección y la intensidad de la relación, es: Analisa.

Último ejemplo de mi paciente que llegó la primera vez con la queja de sufrir una sensación de infelicidad, no sabía muy bien qué sería, por qué estaba descontento y sin ganas de hacer cosas, no podía encontrar el placer en la comida, el sexo, en su familia, etc. Habló un poco acerca de la situación familiar, matrimonial, etc. No es sino hasta cuando pregunto qué significa su nombre, que es de origen árabe, que una gran revelación se produce. Él y yo nos sorprendemos riendo cuando me ‘confiesa’ que su nombre significa: alegría. Esta significación, la cual no era para él evidente pero estaba teniendo un peso en su estado de ánimo, era importante que fuera como destapada. Después de esta acción, él fue dándose cuenta de que su nombre tenía un tinte superegóico, era como una orden que obviamente no podía llevar a cabo. Al hacer trabajo alrededor de este imperativo impregnado en su nombre, fue gradualmente liberándose del sinsabor que había estado experimentando en su vida diaria.

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